Chile de punta a punta.
Finalmente, y luego de más de un año de travesía, partiendo desde el extremo sur de Chile; Punta Arenas, llegué al extremo norte del país; Visviri, “donde comienza Chile”. Técnicamente hablando puedo decir que recorrí desde el sur de Tierra del Fuego en Caleta María, hasta Visviri, región de Arica y Parinacota. Es difícil plasmar en palabras la cantidad de emociones y sensaciones que me abordaron mientras me acercaba a la frontera norte de Chile. Cansancio, dolores de rodillas, falta de aire, pero el hito estaba ahí, muy cerca y desistir en esos momentos no estaba dentro de mis opciones. Esto es un resumen de lo que fue la travesía por esta franja de tierra llamada Chile.
A finales de Enero del 2017 partiendo desde Punta Arenas rumbo norte y con compañía, la cosa fue más o menos fácil, al menos para mí. Ya tenía la experiencia de haber recorrido Santiago a Punta Arenas con la bicicleta el 2014, en solitario. Retomar la ruta, esta vez de Sur a Norte no fue la gran novedad, la diferencia fue que salí acompañado. La carretera austral no ofrece mayor dificultad más que el acostumbrarse a estar bajo la lluvia y el subir cuestas que son relativamente difíciles. De todas formas, la Carretera Austral es un deleite para quién quiera que circule por sus parajes; abundancia de agua donde abastecerse, pueblos a no más de dos días de distancia donde poder comprar víveres, la posibilidad de pescar en esos gigantes afluentes de agua, frutas a orilla de camino de cuando en cuando, lagunas y lagos donde poder refrescarse y bañarse, madera a destajo para hacer fogatas o cocinar, montañas verdes con frondosos bosques que maravillan la vista, subidas y bajadas que realmente no son terribles, cantidad de ciclistas circulando de norte a sur y de sur a norte. Un deleite para el ciclista de largo recorrido y para quién quiera que visita aquellas tierras.
Llegando a Puerto Montt, las temporada de lluvias ya amenazaban con caer sobre nuestras cabezas, la mejor opción a tomar era cruzar por Osorno hacia ruta 40 en Argentina. Por mi parte, ya había recorrido el 2014 toda la zona de Chile por lo que tomar la alternativa de Argentina era buena opción para ampliar un poco más el conocimiento de rutas y conocer la pampa misma. Para mi entonces compañera, todo era nuevo. La ruta 40 a la altura de Osorno ofrece un paisaje similar a lo que se ve en la Carretera Austral, otra ruta emblemática para ciclistas y viajeros, la ruta de los 7 lagos. Ruta muy similar a todo lo ya visto por la Patagonia chilena. Saliendo de esta zona, las pampas ofrecían la sequedad necesaria para continuar el pedaleo sin humedecernos de sobre manera con las lluvias que ya bañaban el territorio Chileno. El paso por Argentina fue rápido, no hay mucho a que detenerse una vez se entra en la pampa. Largas distancias de pueblo a pueblo obligan al ciclista a avanzar por las interminables rectas que abundan por la ruta 40 sin mucha detención. La idea era acercarse al recientemente pavimentado Paso Pehuenche para entrar nuevamente a Chile y pasar un tiempo en mi ciudad natal, Talca. Sin mucho contratiempo la llegada al paso Pehuenche fue rápida, y gracias a la ayuda de los amigos de Vialidad de Laguna del Maule, el paso por la carretera nevada hasta el borde con Chile no sufrió contratiempos.
Ya llegando a Talca llegó el quiebre y la separación con mi compañera, con esto también, llegó el invierno. Tiempos de reestructuración y re organización. Tiempos para pensar y para re encontrarse con viejos amigos y con el uno mismo. Dos meses de detención hicieron que todo diera vueltas y se tornara difuso. Malas decisiones terminaron con mi economía personal en quiebra. Todo se fue al carajo. Pero las amistades de la vida estaban ahí, apoyando de una u otra forma; Esteban y Claudia, Josefo, el Pancho, Los Pahos (La IWA), los teatreros; Fer, Maritza, Nico, Shito. La Sara, el Ed, el Jota, Javier y Mariana, La Loca, Tom, Daniel, (No se vayan a sentir por el orden en el que aparecieron po wn). Dicen que después de la tormenta viene la calma, y de un momento para otro llegó la iluminación, el destino ya estaba fijado, se había creado con todos los eventos ya acontecidos hasta ese mismo instante. La rueda ya se había echado a girar, y en solitario, debía continuar. Pasó el invierno, y con muy poco dinero, decidí continuar. Habían pasado ya 9 meses desde la partida en Punta Arenas.
La ruta a Santiago desde Talca fue distinta a la recorrida el 2014. Amistades de antaño aparecieron en el camino y de a poco la progresión apuntó hacia la capital de Chile. Los fríos y las lluvias no me detuvieron, y así, al cabo de unos días ya me encontraba en Santiago, con viejos amigos que algunos años atrás me dijeron adiós cuando salí de la gran ciudad con rumbo sur. Algunos que incluso ya no estaban, pero viajaron para aprovechar los días y el reencuentro.
El paso por Santiago fue breve, momentos para visitar a los viejos amigos, reír y compartir, recordar y disfrutar. Momentos para re equipar la bicicleta y gastar la mitad del presupuesto de viaje en arreglos y repuestos. Momentos para recobrar la fe y lanzarse al vacío, sin pensar mucho, sino más que confiar en que de alguna forma, todo iba a resultar. “Tom, te puedo pagar cuando tenga dinero?”, “Realmente, no voy a ser ni más rico ni más pobre si me pagas ahora o en 3 meses más”. Había que creer, nada más.
Desde Santiago hacia el norte todo era nuevo para mí. Decidí escapar las festividades nacionales con el fin de no gastar más dinero. Es inherente el gasto de dinero estando en la ciudad. Escapé hacia San Felipe. Allá encontré un viejo amigo que conocí durante la estadía en Carretera Austral, el Pedro. Compañero de ruta por un par de días con quién seguí viaje al norte por rutas de montaña poco transitadas por el común de los mortales. Rutas aisladas, poco visitadas y poco conocidas por los cicloviajeros de largo recorrido. Rutas que sólo algunos visitan por su complejidad y por su aislamiento. Pero son estas rutas, las más complejas, las que sacan lo peor o lo mejor que tiene uno dentro. También son estas rutas las que entregan las mejores amistades que uno pueda conocer. Gente simple, sin tanto prejuicio en su cabeza, mas conectados con la tierra que con la pantalla.
Gracias a estas rutas de montaña me encontré con gente maravillosa como la Sra. Lila y Don Anibal de San Agustín en el Valle de Chalinga, cerca de Illapel quienes me mostraron secretos muy bien ocultos en tierras prácticamente desconocidas para afuerinos. Secretos que sólo los que habitan esas tierras conocen. Seguí por rutas de montaña hacia el norte, en dirección al Valle del Elqui. Cuando ya la fé y el equipo comenzaban a fallar, encontré a Roberto y Alejandra de ElquiTerra Bed & Breakfast. Roberto me ofreció la posibilidad de quedarme con ellos un par de semanas. Terminé trabajando con ellos dos meses, los cuales fueron simplemente de lujo. La montaña siempre entrega gente maravillosa en el camino. Fue en ElquiTerra donde logré estabilizarme nuevamente y recobrar energías para enfrentar el próximo desafío, el desierto de atacama. Fue también acá donde logré aclimatarme al calor y al sol, constantes del desierto de Atacama.
Roberto me auspició con equipo técnico, que ya venía fallando desde varios meses atrás. Otro impulso energético para continuar con la ruta y mantener la fe en el camino. Con mucha energía y mucho conocimiento entregado tanto por Roberto como por Alejandra continué ruta hacia el norte, esta vez hacia el desierto más árido del mundo, el desierto de Atacama.
El cruce por el desierto no fue difícil, el calor y la sequedad no fueron problema. El inicio de la ruta del desierto fue relativamente fácil, las cuestas no eran tan difíciles y el agua no fue problema hasta llegar a la cuesta de Paposo (hipervinculo a los buitres). Pueblos cada 3 ó 4 días ofrecían posibilidad de abastecimiento sin problema. La progresión fue más bien rápida y el seguir la ruta costera ofreció buenas opciones para relajar el cuerpo en las fantásticas playas que bañan este país. El desierto no tenía complicaciones hasta llegar a Paposo, donde la cuesta de Paposo sería el desafío más extremo que había que pasar durante esta etapa del viaje; 40 kilometros en subida desde 0 metros sobre el nivel del mar a 2200 metros sobre el nivel del mar, en pavimento. Más de 160 kilometros de puro desierto sin ningún alma habitando el tramo y sin posibilidades de agua. Realmente el desafío sonaba extremo, pero en la práctica, fue mucho más fácil de lo pensado. La planificación fue la clave para que todo fuera un deleite a pesar de haber pinchado la rueda trasera en medio del tramo hacia La Negra. Luego de atravesar este tramo, el camino hacia Calama fue rápido, y un día antes de lo planeado me encontraba en Calama.
Acá tenía dos opciones, pensar en cruzar el altiplano Chileno, o seguir la ruta que todos los ciclistas de largo recorrido siguen, San Pedro y luego Bolivia por el salar de Uyuni. Jamás me han llamado la atención los lugares turísticos, y las montañas llamaban con fuerza, pero el invierno altiplanico estaba en su máximo esplendor. Tenía que esperar hasta finales de Marzo para pensar recién en visitar el altiplano. Estaba en la casa de Maggí, mamá de Javier y tenía tres meses de espera por delante. Decidí volver a casa, Talca.
Dos meses en casa pasaron volando, entre encuentros con amigos, trabajos por aquí por allá, construcción en el campo y luego del re encuentro con Christoph y Betty de Vivest Energías Renovables, llegó la hora de volver a Calama y retomar la bicicleta. Finalmente conocí a Maggi, la mamá de Javier, a quién no había visto en mi pasada por Calama ya que se encontraba en el sur, pero que me permitió quedarme en su casa y dejar mis cosas ahí mientras volaba de vuelta a Talca.
Maggi es una experta conocedora del desierto y el altiplano alrededor de Calama. Experta en encontrar petroglifos, pictoglifos y geoglifos escondidos por la zona. Con su ojo agudo y un par de sus amigos; Waldo y Claudio salimos en búsqueda de este arte rupestre dejado por los primeros habitantes de estas aridas tierras. Un mes pasó volando y la temporada de lluvias altiplanicas había llegado a su fín. Waldo y Claudio me regalaron equipo técnico para mi travesía por el altiplano Chileno. Y la Maggi lanzó su advertencia; “el altiplano no es fácil”.
Cuanta razón tenía la Maggi, cruzar el altiplano desde Ollague hacia el norte no fue fácil, en lo absoluto. La ruta del altiplano, o la Ruta Andina como se llama oficialmente fue extremadamente difícil. Caminos en altura, alrededor de 4000 m.s.n.m., en estados paupérrimos para cualquier tipo de vehículo. Lugares de abastecimiento casi inexistentes, y los que habían, ni siquiera tenía de todo. Puntos de agua casi nulos. Historias de burreros y contrabandistas. Historias de asesinatos a sangre fría de carabineros y desapariciones misteriosas de personas. Luces en el cielo. Tormentas eléctricas. Cruces de montaña eternos. ¿Algo más que agregar?. Ah si, altura, mucha mucha altura.
El altiplano hizo añicos mis piernas y también mi cuerpo, la calamina, las piedras, la arena, la altura puso al límite todas mis capacidades. Ninguna de todas las rutas recorridas hasta este punto habían presentado tal nivel de dificultad. Mi cuerpo se hizo añicos, pero mi mente y espíritu se mantuvieron firmes. La altura amenazaba con reventar mis pulmones y mis venas, pero las hojas de coca hicieron maravillas. La escacés de agua y de comida presentes cada cierto tiempo, pero siempre aparecía algún rescate inesperado con botellas de agua o un poco de comida que salvaban la situación. Nuevamente la montaña había sido mi elección, y nuevamente era la montaña la que hacía aparecer gente maravillosa en los lugares más inesperados. Desiertos, salares, pampas, estepas, cumbres, cuanta belleza y cuanta dureza al mismo tiempo.
Finalmente entré en la recta final del altiplano, me acercaba a Visviri, y con esto mi cuerpo ya sentía la necesidad de detenerse pero la emoción y el sentimiento de llegar al extremo norte eran más fuertes que los dolores y las molestias. En Parinacota encontré nuevamente al CMT (Cuerpo Militar del Trabajo), también presente en Tierra del Fuego y con quienes compartí al visitar la isla austral. No pude evitar mencionarles lo gracioso de salir desde un CMT para llegar al otro extremo de Chile y encontrar otro equipo de CMT trabajando en los caminos. Parinacota, como muchos otros pueblos, está prácticamente abandonado y no ofrece nada al viajero más que un alojamiento a un precio exorbitante.
La magia del camino hizo que apareciera un hombre arreando animales, el cual al contarle que no había conseguido nada donde comprar fuera a su casa exclusivamente a buscar un poco de pan para regalarme y poder comer bien aquella tarde. Ya faltaban sólo 86 kms para Visviri.
Luego de una noche fría me disponía a desayunar para continuar mi acercamiento al pueblo más septentrional de Chile. Nuevamente el CMT hacía su aparición y me ofrecían acercarme a su campamento para darme una buena ducha y desayunar. Que gentileza por favor!. Como negarme a tanto regalo y ofrecimiento?. Me avanzaron 35 kilómetros. Ya quedaban sólo 51 para llegar a mi destino. “Soldado que no come no combate”, me dijo un suboficial en el campamento y me invitó a desayunar y almorzar en el rancho.
Un último gran empuje para terminar mi ruta por Chile. Luego de almorzar y de recibir cantidades de comida para el camino me rearme y continué la ruta Andina. Con dolores en los muslos y las rodillas seguí el pedaleo hacia Visviri. Luego de 4 horas estaba a tan sólo 2 kilómetros del pueblo. Una camioneta de carabineros venía en sentido contrario y me hicieron cambio de luces para que me detuviera. “para donde va amigo?” “A visviri” “eres español?” Preguntó otro carabinero. “No, Chileno”, “eso era mierda! Pasa a la tenencia a pedir lo que sea que necesites!”.
Y así, finalmente, a más de un año de travesía, y de innumerable cantidad de personas espectaculares que me encontré en el camino, llegué al extremo norte del país. Al poblado más al norte de este larga y ancha franja de tierra llamada Chile.
Más de un año de experiencias, de nuevas amistades, de conocimiento, y de paisajes que quedarán en la memoria. Muchas historias, demasiadas para escribirlas todas aquí. Cantidad innumerable de fotografías, que de a poco irán apareciendo en las redes sociales y en esta web. Muchos kilómetros que ya ni se cuantos son y que para ser sincero, no me importa llevar la cuenta. Lo que me importa es lo vivido, lo conocido y la cantidad de personas y lugares que he visitado. Lo que me importa son las experiencias tanto solo en ruta como compartidas con la gente que conocí, las joyas de lugares visitados, impensables para la mayoría de turistas y viajeros que circulan por ahí, los encuentros con animales salvajes y con las aves que vuelan sobre la tierra, los aprietos de los que salí, y lo maravilloso que es circular por la tierra a la velocidad antigua, como se hacía antes, a pulso y con la pura fuerza de uno mismo. Los números son sólo eso, números, lo que queda es la experiencia y lo aprendido en el camino que nos hace ser mejores cada nuevo día.